26.4.06

Llevarse la casa al trabajo

No hace demasiado me contaron la historia de un hombre que, debido al tiempo que pasaba metido en la oficina, empezó a tener problemas en su matrimonio. Se ve que su mujer le recriminaba que ya casi no se veían, que casi no hablaban, y que su vida en común (dicho con todo el sarcasmo) se había convertido en un asco. Pues bien, se ve que al hombre no se le ocurrió nada mejor que comentarle esta situación a su jefe, pidiéndole que por favor también contratara a su mujer. Su jefe, en un alarde de comprensión, accedió a los deseos de su trabajador y contrató a la mujer para no separar al matrimonio. Y así fue cómo pasaron de no verse en todo el día estar cada uno en una punta de la oficina, sentados el uno de espaldas a la otra, sin dirijirse la palabra en diez horas más que por teléfono, cuando él –como superior directo de ella– tenía que pedirle algún trámite.
Pobre diablo, menuda idea la suya, no me extraña que su mujer acabe de dimitir y estén ahora en trámites de divorcio.

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