22.3.05

Llamadas perdidas

Creo que no existe nada más odioso que esperar una llamada.

Yo te llamo. Ya te llamaré.

Y el tiempo que pasa y pasa y el teléfono que no suena. Y cuando lo hace, no es por la llamada que esperabas. Hablas entonces deprisa, cuelgas de mala manera, no vaya a ser que quien tiene que llamar te encuentre comunicando. Sigues esperando, enganchado a tu teléfono como un hermano siamés.

Se supone (eso nos hacen creer) que la tecnología sirve para hacernos la vida más fácil. Pero desde que llevo mi teléfono en el bolsillo sólo he ganado en miedos –miedo a que se caiga, miedo a perderlo–, en molestias –llamadas inoportunas, mensajes de madrugada– y en eternas esperas. Y como sucede con la policía, nunca está ahí cuando lo necesitas: las veces en que me ha hecho falta de verdad, el muy condenado o estaba fuera de cobertura o se había quedado sin batería. Seguro que Murphy habría disfrutado con este aparato. ¿De qué si no siempre acaba sonando cuando has ido un momento al lavabo?

No hay comentarios: